El chaletito

     índiceUn episodio como el de la compra de una casa por parte de Pablo Iglesias e Irene Montero, aparentemente intrascendente en realidad. Ha servido de relleno y carnaza a muchos medios de comunicación durante un par de semanas y de excusa a los rivales para atacar a una formación política que es ciertamente incómoda tanto por sus postulados radicales como porque se erige a sí misma en la formación política de la “gente” común, la masa social, que es, al fin y al cabo, la inmensa mayoría. Sin embargo, lo aparentemente intrascendente tiene un trasfondo filosófico-político importante que ya se planteaba en los años siguientes a Mayo del 68 y que, creo, es un análisis que no se ha hecho hasta ahora. Primero, vayamos a los hechos:

     Pablo Iglesias e Irene Montero, Irene Montero y Pablo Iglesias (tanto monta), se han comprado un chalé. El monto total de la vivienda y la cifra elevada de su hipoteca ha sorprendido en una pareja que había criticado con anterioridad, precisamente, la especulación y, aún más, el alejamiento de la realidad que viven las bases de votantes de los políticos que adquieren ese tipo de viviendas en barrios como en el que se ubica la finca. Juan Carlos Monedero ha defendido a su amigo y el alcalde podemita de Cádiz, José María González “Kichi”, ha respondido en una carta abierta a Monedero lo siguiente: “¿Por qué crees que son tan jartibles con esto del domicilio de los de Podemos? Voy a compartir contigo una hipótesis que tengo: yo creo que es porque la gente está dispuesta a perdonarnos que nos equivoquemos con casi todo, que nos pasemos de rojos, que nos quedemos cortos de rojos, que nos pasemos de puros, que asumamos contradicciones, pero difícilmente nos van a perdonar que nos equivoquemos de bando, porque, como tú y yo sabemos, diga lo que diga Ciudadanos, hay muchas Españas y nosotros nos debemos a la de la gente humilde”. Ante el revuelo, Irene Montero daba explicaciones pormenorizadas de hipoteca, créditos y estrategia que iban a seguir para pagar el tal chalé. No fue suficiente para acallar las críticas en su propia formación y, finalmente, realizaron una consulta entre los inscritos e inscritas para avalar sus cargos. Si las bases no veían bien lo del chalé, dimitirían.

     kichinuevaHasta aquí los hechos. Ahora vamos con el análisis.

     Lo que se plantea realmente con la anécdota de la compra de esta vivienda no es, en el fondo, la coherencia de Irene y Pablo entre sus actos y las críticas que han vertido contra otros políticos y, ni siquiera, el hecho de si un comunista como Pablo Iglesias ha declarado ser, debe vivir o no en un chalé de lujo en un barrio rico o si pueden o no gastarse su dinero en lo que quieran. El debate, que ellos han intuido mejor que nadie (lo apunta el hecho de la convocatoria de la consulta) aunque creo que no conscientemente, y que Kichi ha dejado traslucir en su advertencia, está en el debate sobre la posibilidad de la representatividad.

     Recuérdese que el 15-M comenzó con un grito masivo y nuevo en la democracia contemporánea española y que las fuerzas políticas del momento estimaron como potencialmente muy peligroso ya que, efectivamente, comprometía nada más y nada menos que la función misma de estos políticos. “Que no, que no, que no nos representan” gritaba la masa. Esta consigna suponía que la ciudadanía demandaba gestionar su propia voz y no delegar en los políticos. Estaban gritando, sin saberlo, los millones de personas que se manifestaron en torno al 15-M, lo que ya habían proclamado Deleuze y Focault, en un célebre debate en 1972, aún en la resaca del mayo del 68 francés. Allí se dijo y se entendió que la gente sabía lo que quería, que era consciente de ello y que, al abrir los ojos, no necesitaba más que el político o el intelectual hablaran por ellos. El pueblo ya no necesitaba “ser representado”.

      En el 15-M, el pueblo había despertado, se había dado cuenta de que la supuesta democracia representativa en que vivían era una mentira, una farándula. Sus voces no estaban verdaderamente representadas por los políticos a los que habían votado. Los políticos no hablaban por la gente, no defendían los intereses de la gente, sino los suyos propios. Pero incluso eso era un asunto menor con lo que simbolizaba aquél grito. No era ya el constatar un hecho que había quedado patente, que los políticos no representaban a los ciudadanos. Era más. El grito decía, en realidad, que ya no querían ser representados por ellos, que querían hablar por sí mismos.

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Gayatri Ch. Spivak

Pero se da la paradoja, señalada por Gayatri Ch. Spivak en su obra ¿Pueden hablar los subalternos?, de 1988. El subalterno, decía allí Spivak, es decir, el sujeto que no forma parte de la elite, tal y como lo entendió Gramsci, no puede hablar. No porque literalmente no pueda, sino porque no tiene cabida en el discurso. El subalterno (traduzcámoslo ahora por “la gente”, “el pueblo llano”) tiene una voz disonante, no encaja, no puede convertirse en una opción al sistema o la estructura del sistema imperante porque, directamente, pretende una propuesta fuera de ese sistema. Más claro aún: la gente, efectivamente, no está representada. Y la paradoja radica en que, en el momento en que se organice para ser representada, deja de ser una voz disonante. No puede ser nunca representada porque “la gente” no es, diría Spivak, un sujeto unificado, sino que existe una multiplicidad de voces, de intereses, de propuestas, de protestas, de sujetos o potenciales sujetos políticos, no uno, sino tantos como individuos conformen eso que llamamos “la gente”.

     Así sucedió con Podemos. Nacido de las disconformidades varias aglutinadas en torno al 15-M, quiso convertirse en la voz de todas ellas, en su representante en medio de la no representación, como si todos los descontentos lo estuvieran por los mismos motivos y pretendieran los mismos fines. El nacimiento de Podemos contribuyó a dos fenómenos simultáneos: por un lado, “desactivó” las protestas ciudadanas, que se amansaron y se disgregaron o desaparecieron, ya que “ya había una voz que les representara”, como así pensaba la mayoría del común pese a la negativa de identificarse con ningún partido político que defendieron los colectivos que fueron los más legítimos representantes del 15-M (Toma la Plaza, Democracia Real Ya…). La cara B de ese fenómeno fue que el partido morado se integró en el sistema, de forma que su voz se fue moderando e integrando en el discurso, dejando de representar a la multiplicidad de voces de los Indignados.

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Ernesto Laclau

Es una situación parecida a la que podemos encontrar si oponemos las teorías de Paolo Virno y las del filósofo argentino Ernesto Laclau y su esposa, la también filósofa belga Chantal Mouffe. Para Laclau, el «Pueblo» es la formación de una identidad colectiva. Las identidades colectivas como sujeto político se forman siempre por la existencia de un suceso detonante que lleva a una confrontación. Es, precisamente, la confrontación (el Conflicto), lo que proporciona el nexo común para unificar los diversos intereses de los grupos heterogéneos que conforman el sujeto político o social. Para Laclau y Mouffe, el conflicto surge del encuentro de puntos comunes en los intereses de los grupos heterogéneos. Olvidándose de los detalles de cada exigencia concreta, esos puntos comunes, ese concepto unificador (un concepto que, por necesidad, ha de ser más o menos laxo o poco definido) que los autores llaman “significante vacío”, aglutina las diferentes protestas y demandas en una “cadena equivalencial” (en la terminología de estos pensadores) que, de funcionar por separado, no podrían tener éxito al no crear la presión suficiente como para iniciar un conflicto, una confrontación. En resumen: diferentes demandas sociales, que afectan a grupos heterogéneos, encuentran algún concepto que comparten a grandes rasgos y que hace equivalentes sus propuestas, de tal forma que les une en una oposición radical frente a un adversario.

 

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Chantal Mouffe

En esta dinámica, se constituye el sujeto político que llamamos “Pueblo”, que no deja de ser un constructo momentáneo y variable, ya que el sujeto no es fijo o estable, sino que sólo es un conjunto de relaciones que depende del lugar en que se sitúe cada uno de los grupos que son El Pueblo, es decir, de la cadena de reivindicaciones, posicionamientos, demandas, lazos de unión o de fricción que establezcan entre sí cada uno de los grupos. Un ejemplo: en Mayo del 68 el Partido Comunista Francés apenas participó en los inicios de los disturbios porque éstos no se generaron sobre un conflicto entre proletariado y patronato. Después, se sumó al movimiento e inmediatamente se desalineó una vez consiguió una serie de medidas laborales y salariales que nada o muy poco tenían que ver con las pretensiones estudiantiles que prendieron la mecha de esta revolución. El sujeto político (el Pueblo), se fue maleando, pues según las circunstancias, pasando de un grupo sin comunistas a otro que les integraba y a otro, después, en el que volvían a no estar los comunistas.

     En este tipo de constitución del sujeto político, no se le escapa a los autores, se necesita un “pegamento”, un personaje carismático que unifique sensibilidades y mantenga presente el Significante Vacío que aglutina a la masa heterogénea. Ese personaje es el líder. Pues bien, si bajamos a la arena, si pasamos de la teoría a los hechos, tal dinámica es la que ha dado lugar a Podemos: un líder que hace suyo el Significante Vacío y pretende aglutinar, así, a la “gente” (trasunto pabloiglesista de El Pueblo de Laclau/Mouffe).

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Paolo Virno

Frente a la postura de la unificación del Pueblo en torno a un Significante Vacío, opone Virno la idea de la diversidad irreductible de la multitud y la posibilidad de ésta para constituir un sujeto político. El movimiento de los Indignados y el 15-M surge de concebir la participación del ciudadano en la elaboración de un discurso diferente al convencional, al oficial, pero de forma que no se deje constreñir por los limitadores márgenes que permiten las políticas estatales, basadas en la democracia representativa. Para ello, la multitud debe seguir dispersa porque funciona mejor que cuando se unifica. Para crear ese discurso, para desarrollar una política emancipadora del discurso oficial estatal y de la tutela de los poderes públicos, la gente debe constituirse en experiencias de organización no estatales, tal como hicieron las Asambleas de Indignados. Es, así, la Multitud, un concepto que idea Toni Negri, el nuevo sujeto político, que se construye en la diversidad de los grupos que lo forman pero que puede actuar de manera conjunta gracias a las redes sociales. O, en otras palabras: no puede darse voz a la Multitud porque es, por definición, un coro de voces y su sistema de organización debe implicar una diversidad de mecanismos de gobierno parcial (como el movimiento asambleario y por círculos que nació de la rama de Toma la Plaza de los Indignados), diferentes a la democracia representativa que reduce la participación ciudadana al voto cada cuatro años. Aquí, es obvio, no se habla de líderes.

     Por lo tanto el 15-M, los Indignados, fueron un grupo heterogéneo a los que no unía un líder y que formulaban demandas distintas que sólo mantenían, eso sí, un punto común: la falta de representatividad de sus voces en el colectivo político. Podemos es, quiera lo que quiera Pablo Iglesias, un colectivo político que ha querido aglutinar y unificar la indignación ciudadana pero que, al hacerlo, ha tenido forzosamente que definir su mensaje, crear un discurso compacto y unívoco, dejado atrás lo que constituía la esencia del movimiento 15-M: la heterogeneidad, la diversidad, la no unidad de demandas. En el 15-M había jóvenes, ancianos, maestros, sanitarios, parados, trabajadores, analfabetos, intelectuales… Todos cabían porque todos tenían una voz propia. En el momento en que alguien pretende reunificar las voces el coro pasa a ser solista y la canción no suena igual.

Indignados

     En definitiva -y casi acabo-, Podemos no puede ser la voz del 15-M o, lo que es igual, Podemos “no nos representa”, no puede representarnos a todos, sino sólo a los seguidores de Podemos. Y éste es el problema real que remueve el asunto del chalé de Pablo Iglesias (que, en otro orden de cosas, ¡oiga, haga lo que quiera con su dinero!). Cuando defines tu clase social dejas de representar al resto. No se puede ser la voz de todos pero actuar sólo como unos pocos. De hecho, es imposible ser la voz de todos pero –y ahí es donde acierta de pleno el análisis de Kichi-, si se puede perdonar a alguien que se equivoque, no se le puede perdonar que quiera ser la voz de todos (algo imposible) y escoja ser la voz de los menos. Sería más disculpable o sería menor el error si actuara como la “voz” de la mayoría (aspiración legítima, aunque también, sospecho, altamente complicada). O en otras palabras: no digas que nos representas a todos si ni siquiera actúas como nosotros. Lo que tiendo a pensar es que, con el tiempo, se verá que Podemos es un partido, que representa sólo a los suyos y que, como Virno defiende, la voz de la multitud debe seguir resonando como multitud o, en el peor de los casos y desgraciadamente, la voz del subalterno no puede, por su propia esencia, ser oída. Espero que esto último no sea verdad.

     No sé si me explico.

RAJOY (Funcionario Primero) y ANNA HARENDT

 

     Quedé ayer sorprendido y molesto (por no decir verdaderamente enfurecido), al escuchar unas declaraciones de Mariano Rajoy, a la sazón presidente de gobierno español, sobre el muro que Donald Trump pretende erigir en la frontera de México. De ello voy a hablar, pero permítaseme un circunloquio.
 
         BANALIDAD DEL MAL
      Hanna Arendt escribió una obra sobre Adolf Eichmann que ha tenido una fuerte influencia en la filosofía y la ética posterior, tanto para secundar sus tesis como para criticarlas. En su obra, aduce que Eichmann, uno de los ejecutores más crueles del Holocausto, sólo obró como «funcionario», banalizando la maldad de tan infames asesinatos. Eichmann no estaba libre de culpa, pero no era el malvado y frío asesino sin escrúpulos que todos creían. Arendt defendía que era un ciudadano normal, como usted y como yo y que, en su percepción, defendía Arendt, no era responsable de la mascre porque obedecía órdenes de sus superiores.
      adolf-eichmannPara Arendt, Eichmann no era un psicópata despiadado. Era un hombre vulgar, tan mediocre que su propia normalidad le había llevado a no cuestionar y, mucho menos desobedecer, las órdenes que se le daban. La actitud de Eichmann era la de banalizar el mal que provocaba, convertirla en algo tan natural que no podía interpretar como perverso.
Lo que Arendt venía a sostener es que cualquiera de nosotros, «obedeciendo órdenes», por no cuestionar una orden, el sistema, la manera en que suceden o son las cosas en el estado actual de las mismas, podemos no sentirnos responsables de actos que sabemos malvados y llegarnos a creer que no podemos hacer otra cosa, que sólo podemos obedecer, que no podemos decidir ni podemos intervenir. «Banalizar» el mal significa asumir que sólo somos el brazo ejecutor, sin voluntad, de otros y despersonalizarnos hasta el punto de no sentir responsabilidad alguna en las cosas que pasan por nuestras manos porque «las cosas son así».
 
      DECLARACIONES DE RAJOY
      Vuelvo a Rajoy. Le escucho decir, sobre ese muro, que a él no le gustan «los vetos ni las fronteras» y que no cree que las cosas, en el futuro, «caminen en esa direccción». Estas declaraciones (que como observó la SER pueden valer para el muro, para Cataluña o para la erección del muro de Berlín o la Muralla China) han sido repetidas hasta la saciedad por los medios y llaman tanto la atención, por lo tibias y porque vienen del presidente que ha instalado vallas «antitrepas» en la frontera con Melilla y ha favorecido la devolución «en caliente».
      Sin embargo, para mí lo verdaderamente indignante (sin menoscabo de lo indigno que resulta lo anterior) fue lo que siguió. Palabras que redondeaban la idea de Rajoy sobre el muro y que, a mi modo de ver eran más reveladoras de la verdadera naturaleza de «funcionario» de Rajoy. La frase del presidente continuaba: «Así que espero que en el futuro esto se arregle y nos instalemos todos en una situación de normalidad».
 
      EL FUNCIONARIO RAJOY
      Rajoy vuelve a hacer lo que mejor se le da (y no con mal resultado), sentarse en la puerta de casa a ver pasar las nubes o el cadáver del enemigo, según se quiera ver. El Funcionario Primero del gobierno español (apeémosle ya de una vez y para siempre el término de Presidente, puesto que parece que para él es algo nominal y no una función a ejercer), el Funcionario Primero, digo, piensa actuar con este tema como ha hecho siempre: mirando hacia otro lado. Va a «esperar» (sin mover un dedo, sin ser proactivo en ninguna manera), a que esto «se» arregle. Y ese «se» es tan gramaticalmente impersonal, como banalizador del sentido ético. El Funcionario Primero no va a reclamar dignidad para los mexicanos, para los latinos, para quienes tanta relación tienen con los españoles, de los que es gobernante. El Funcionario Primero no va a decirle a Trump que construir muros y poner obstáculos al tránsito de personas libres y no merecedoras de ser tratadas como delincuentes es de ser un dictador, un antidemócrata, un personaje perverso y un patán. El Funcionario Primero no va a promover ninguna acción de gobierno, ningún comunicado, ninguna reunión de ministros o de portavoces políticos para adoptar una postura de Estado. El Funcionario Primero va a sentarse y esperar a que «el tiempo lo cure» a que (sin intervención alguna) esto «se arregle», y todo vuelva «a la normalidad». El Funcionario Rajoy va a ser, de nuevo, un actor secundario, menos aún: un figurante en la escena mundial. Se sentará, se fumará un puro y esperará, porque no debemos estar pagándole para que trabaje, para que tome decisiones, para que gobierne.
 
      LA BANALIDAD DE RAJOY
      rajoy-funcionarioLa actitud de Rajoy es la misma de Eischmann, aunque su obra sea menos delictiva o menos perversa. Eischmann consideraba que él debía obedecer órdenes, cruzarse de brazos y sólo moverse para apretar la válvula del gas. Él no pintaba nada, era un mero funcionario sin responsabilidad en un drama que le venía grande. El mal que por ello pudiera devenir, nunca sería responsabilidad suya. Cualquiera en su posición, haría lo mismo, porque él no era nadie. Nadie importante, nadie para protestar, para incumplir, o para decidir.
Rajoy es Eischmann: un funcionario que no parece creerse nadie para decidir, nadie para protestar, nadie para incumplir o tratar de hacer cumplir. Si un gobernante de rango superior, como debe sentir Rajoy que lo es el presidente de los Estados Unidos de América, dice blanco, será blanco; si negro, negro, si muro, muro. ¿Quién es él para contrariarle?¿Quién es él para ponerse al lado de los hispanos?¿Qué puede hacer más que obedecer, cuadrarse, inclinarse y decir «Amén»? El mal que de ello pueda derivarse no será responsabilidad suya -debe pensar Rajoy-. Cualquier otro en su lugar haría lo mismo. No hay dignidad en ser un funcionario -cree Rajoy-, ni siquiera en el Funcionario Primero´. Sólo banalidad.
 
      Y sin embargo, yo sigo pensando, llámenme idealista, ingenuo o, sencillamente idiota, que cualquiera (con un poco de amor propio) se indignaría ante el atropello a los derechos humanos por los que aboga Trump, a su chulería, a su fanfarronería, a su narcisismo y a su completa apatía por empatizar con el alma del ser humano. Si banalizamos el mal (si lo convertimos en algo «natural», que ocurre sin más y contra lo que no nos podemos rebelar), no nos libramos de la responsabilidad, sólo nos convertimos en seres más mediocres.

De Procesos Constituyentes y otros infiernos

CE¡¡Feliz año a todos!!

Me hubiera gustado comenzar el año reflexionando sobre cuestiones de grave importancia para el futuro de la humanidad o de España. Al fin y al cabo, comienza un año que se ha convertido, en cierta manera, en un año mítico. Si el “efecto 2000” que iba a apagar todos nuestros ordenadores y que traía implícito el estigma de los años “milenio” en su numeración, convirtió a ese año en destacable o, por ejemplo, si el calendario maya, que alguien entendió equivocadamente como “profecía maya”, consagró el 2012 en la imaginería de los años especiales, el 2015, de igual manera, supone el año en que nuestro país vivirá dos jornadas electorales (municipales/autonómicas y generales). ¡Eso si Mas, en Cataluña, no decide anticipar las autonómicas catalanas!. Es el año, también, en que Obama dejará su cargo, en que descubriremos la verdadera fuerza de Podemos, en el que tiene que llover o la sequía acabará con las escasas reservas de agua de que disponemos. Es el año en el que el paro baja o ya no dejará de subir. El año en que cumplirá un año como rey el Príncipe (perdón, Su Majestad el Rey Felipe VI (del que, por cierto, me perdí el discurso de Navidad). Vamos, un año calentito.

Me gustaría, también, que éste fuera a ser el año en que acabarán las guerras, las pensiones se garanticen “in aeternum”, los desahucios desciendan hasta números irrisorios, la prima de riesgo se vaya a la Costa Brava con mi tía y aprenda a pasárselo tan bien que no nos dé nunca más la tralla (mi tía es un “crack” animando las fiestas) ningún niño pasara hambre y los asesinos de esposas y exnovias, cambiaran de idea justo antes de tener ninguna que implique acoso o violencia. Me temo, sin embargo, que no va a ser.

Pero no me encuentro con ganas de hablar de nada de ello. Algunos temas se me escapan por complejos, otros por no suficientemente madurados y otros, en definitiva, no me apetecen por estar muy vistos.

Así que he pensado hablar de procesos constituyentes. O, mejor dicho, de uno. En España, Podemos propone abrir un proceso constituyente, que viene a ser algo así como romperlo todo y comenzar de cero. Pensar de nuevo el guión, los personajes protagonistas y los diálogos de esta película que llamamos España, sea lo que diantres sea eso. Y ya está abierto otra vez el cofre de Pandora, ya ha venido el infierno, ya cabalgan de nuevo los cuatro del apocalipsis y suenan las trompetas de siete ángeles (que con la corrupción afectando a todos los poderes fácticos deben ser los únicos que queden por ahí arriba).

IP0qNevBEn pocas palabras: Podemos propone reescribir la Constitución y elegir de nuevo nuestro camino, mientras que desde el resto de partidos se le azuzan los perros y se advierte de lo funesto que sería o, mucho más cautamente, se dice que “ahora no es el momento”, “nuestra Constitución goza de buena salud” o “los españoles tienen otras cosas en que pensar en este momento” porque “hay temas más prioritarios que solucionar”. La impresión que tengo, dicho sea de paso, es que nos van a seguir dando esas “otras cosas” para que nunca “sea el momento” de pensar en refundar los cimientos.

Sinceramente: no sé muy bien si es o no necesario realizar ahora un “proceso constituyente”, pero sí sé que me gustaría poder valorarlo teniendo claros los argumentos de cada postura.

Podemos me las explica y yo puedo intuirlas: me dicen que, ahora que la monarquía está “tocada” en la línea de flotación y su imagen comienza a ser la copia en sepia de esa imagen a todo color que nos ofrecían antes, quizás sea hora de pensar si queremos, o no, continuar siendo una monarquía parlamentaria. Me dicen que el poder judicial depende demasiado del ejecutivo (¿cómo pueden llamarse liberales de verdad los que apoyan este sistema ante la evidencia de la que habla Podemos?), que se debe garantizar realmente la participación ciudadana, el acceso a la vivienda, la dignidad de la gente. Me dicen que ellos quieren la unidad de España pero que la gente debe tener la suficiente capacidad de decidir por sí misma, participativamente, el modelo territorial que desean.  Cosas, algunas, que están ahí, en la Carta Magna, pero que no se cumplen; y otras que deberían estar, pero no figuran.

Puedo estar de acuerdo con ellos o no. O puedo estarlo sólo en algunas cosas. Pero comprendo estas razones con sólo mirar alrededor, donde la mitad de los jueces que juzgan a los políticos corruptos los han designado a dedo los políticos que ahora se sientan en los banquillos (no hablo de fútbol); cuando escucho y leo que los desahucios se han incrementado en España casi un 20% en este año; cuando me entero del nombre de las amantes del abdicado Juan Carlos o veo a la infanta Cristina recorrer el camino de Ginebra a los juzgados como imputada; cuando veo las Diadas catalanas reclamando un referéndum (uno de verdad, digo), cuando la sanidad pública no me paga mi medicamento contra la hepatitis o cuando sospecho que a la Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana (alias “Ley Mordaza”), le cuadra más el nombre de Ley de Protección del Político y el Poder. Son sólo algunas pocas cosas, entiendo (¡no atosiguen!, sólo he echado una mirada ahí fuera, aún no he puesto el pie fuera del portal).

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Viñeta de Napi para eleconomista.es

Las razones opuestas, sin embargo, me son más incomprensibles porque sólo me provocan más dudas: “no es el momento” (¿quién lo decide?, ¿cuándo lo será? O, aún mejor, ¿qué condiciones deben darse para que sea el momento?), “la ciudadanía tiene cosas más importantes en qué pensar” (¿qué cosas que no estén relacionadas con la Constitución y el Estado? Defínanme “importancia” ¿es baladí preocuparse por el modelo de Estado, el modelo territorial y porque las leyes garanticen no sólo los derechos fundamentales, sino los mecanismos que los lleven a cumplimiento?), “ahora no toca” (¿cuándo toca?), “la Constitución goza de buena salud” (entonces ¿por qué se ha reformado ya antes?, ¿dónde está el médico que lo ha diagnosticado así?¿cuándo se consideraría que no goza de buena salud?: ¿cuando la monarquía tenga una heredera mujer mientras reina la ley sálica?, ¿cuando crece por días el movimiento republicano?, ¿cuando las garantías de vivienda y trabajo digno no se cumplan? ¿cuando se resquebraje el sistema público de sanidad, pensiones, educación…?¿cuando la economía haya de reestructurarse hasta el punto de camuflar un rescate europeo?¿cuando tiemble la unidad territorial?¿cuando haya más parados sin renta básica o ayuda social?…), “cambiar la Constitución es muy complejo” (¿Sí? ¿no se pusieron de acuerdo en un plazo de dos meses PP y PSOE para cambiar el artículo 135?)

No sé. Tal vez no sea momento para cambiar tantas cosas incambiables, pero me gustaría saber por qué. No me valen los argumentos que se me han dado para negar la oportunidad del momento porque me parecen tan ambiguos como mi horóscopo de hoy en el periódico. No se me dan razones concretas para desengañarme de todo lo que me convencen los de Podemos, ni razones suficientes para apoyar las mías allí donde no estoy de acuerdo con Podemos.

Y, como posdata, otra cosa me preocupa. ¿Por qué pedir la reforma constitucional ahora (y no en 2011) es conjurar las fuerzas del infierno? Y así, en general, ¿Qué les asusta tanto de Podemos? Si ustedes lo observan (y si no es así, me corrigen), la lucha política hace que los partidos se llamen corruptos, ladrones, equivocados, acabados, agotados, demagógicos, populistas… Pero en ningún caso (ni siquiera cuando critican a IU, tan cerca de Podemos en algunas cosas), se asevera con tanta contundencia como lo hacen con Podemos sus rivales, que si llegan a gobernar España irá a la ruina, se hundirá económicamente, seremos poco menos que colombianos hambrientos merodeando las calles, se destruirá todo lo construido hasta ahora, se desgajará España por los Pirineos y se hundirá, cual heroico Titanic, en las aguas del Mediterráneo y el Atlántico mientras en lo más alto del Palo Mayor Pablo Iglesias, brazos en cruz, coleta al aire, chilla enaltecido: “Soy el Primer Ministro del Mundo” (porque lo de Rey del Mundo no lo iba a concebir).

¡No me vais a fotografiar más!

Pantoja cárcelLos famosos, ya se sabe, algunas veces están al borde de un ataque de nervios. Viven con tanto estrés y tan continuamente expuestos a los periodistas y otra gente de mal vivir… ¡Los pobres! Es normal que, de tanto en tanto, pierdan los estribos y manden a la mierda al paparazzi de turno que se pasa la vida violando su intimidad o que la ira (siempre justificadísima y momentánea) les lleve a estrellar alguna que otra cámara contra el suelo al grito de ¡NO ME VAIS A GRABAR MÁS!. Preguntémonos qué haríamos nosotros en esos casos, cuando no puedes salir de casa sin encontrarte una cámara o ir a inaugurar un aeropuerto peatonal sin que te puedas librar de los insidiosos periodistas. Eso no está pagado ni aunque tu amigo Antonio, el del Bar Cenas, te guarde en un sobrecito, cinco veces el gordo de la Navidad.

Nosotros, seres sin corazón, les exigimos demasiado.

Tal vez sea por eso que los Servicios Centrales de Prisiones, recibiendo órdenes más altas y más caritativas que las que emanan del insensible populacho en su irredento afán de que reyes y labriegos sean tratados por igual, ha decidido suprimir las fotos de las fichas de prisión de Isabel Pantoja y de Carlos Fabra, en una «estupefactante» asimilación del «Hola» al registro de penados. La primera llegó a hacerse, pero no figura; la segunda, la del insuperable  ex-presidente y mejor abuelo, se disparó directamente al suelo, como si se le hubiera perdonado la vida en un fusilamiento (o camaramiento) o en una moderna revisión del cuento de Blancanieves, donde el fotógrafo es el cazador y Fabra la inocente Princesita Disney. Eso es lo que figura en su lugar. La foto de un ladrillo.

carlos-fabra-1417450066521Dicen en prisiones que se ha hecho esto (leemos nosotros, se ha incumplido adrede La Ley Orgánica de Prisiones y la circular 5/2007), por miedo a las filtraciones a esos indeseables buitres de la prensa (los calificativos son nuestros). Todo aclarado. Podemos descansar ahora. Alguien con corazón ha decidido, en estas fecha tan entrañables, que diría el Rey Papá, incumplir una ley, sí, cometer prevaricación, sí, violar el derecho que ampara la constitución de que todos (salvo el Rey) seamos iguales ante la ley, sí, pero todo por la noble y caritativa causa de salvar a dos condenados del escarnio público.

Es justo esto lo que me hace sentirme orgulloso de esta madurez democrática que tiene mi país. ¡Benditos sean!

Monago y los niños

MonagoA veces viene bien la reflexión tranquila de un blog que no tiene Dead line como dicen los angloparlantes, que no tiene fecha de entrega, vaya. Así, se puede hablar de lo ocurrido con más reposo y con las ideas más maduras y, sobre todo, habiendo visto ya las reacciones a la noticia. Es el caso.

¿A quién puede molestar que un senador viaje, por motivos propios de su cargo, a cualquier punto del país donde le reclame el servicio al ciudadano? A mí, al menos, no. ¿Quién no aplaudiría que un político que haya cometido algún “error” o mal cálculo, no sé bien. devuelva el dinero público que empleó para un fin personal? Todos deberíamos apoyar el gesto. Y ¿qué ciudadano no se sentiría orgulloso de que un alto cargo público, por ejemplo, todo un presidente de una Autonomía, no sea un adalid abanderado contra la corrupción moral y económica de su propio partido y azote de la falta de ética en la política en general? Todos lo estaríamos.

Y, entonces… ¿qué pasa con Monago? ¡Ay; Monago no me encaja!

 

Busquemos las cinco diferencias.

Primera: los viajes de Monago no fueron por motivos propios de su cargo sino para visitar a su novia, tal y como ella misma reconoció.

Segunda: Ni siquiera, aunque no fueran por motivos propios del cargo, aprovechó para realizar ningún servicio al ciudadano, sino sólo, tal vez, a una ciudadana o a sí mismo.

Tercera: la devolución del dinero no se hace motu proprio, por coherencia moral y reconocimiento del error, sino porque los medios han descubierto el “pastel” y se busca una salida digna o, al menos, no muy incómoda, olvidando que, con anterioridad, había justificado esos viajes. En otras palabras: no hay arrepentimiento ni “descubrimiento” de que se ha estado cometiendo, sin saberlo, un acto poco ético (que no ilegal, lo reconocemos, aunque en eso entraremos luego), sino que, pensando que hacía igual de bien que los demás que también lo hacen, se ha visto sorprendido por esos malditos e intrigantes periodistas, siempre tan molestos ellos, y recriminado por el vulgo, tan vulgar él (el vulgo, claro). Es decir, no hay voluntad ética, sino sólo lavado de imagen. ¿Se entiende ahora?

Cuarta: Se da la circunstancia de que, además, no se trataba de un “error” o un “mal cálculo” –amén del derivado de esperar que no le cogieran nunca con el carrito del helado, claro-. Se trata de un acto deliberado y que sabía, perfectamente, que realizaba con el dinero de todos.

Quinta: Monago ha sido un adalid de la transparencia, sí, pero mientras a sus espaldas escondía que abusaba del dinero público, como aquellos a los que señalaba con el dedo. ¡Eso está muy feo, señor Monago!

 

No me escandaliza Monago, sin embargo, lo suficiente como para dedicarle un artículo de este blog. Apenas sí es comparable a las tramas Gürtel, ERE de Andalucía, cursos de formación de los sindicatos, Brugal, Púnica, Enredadera… Sin embargo, sí merece la pena, en opinión de este escribiente, considerar lo que se ha derivado de esta noticia, desvelada (una vez más), no por los compañeros de Morago, sea en su partido o frente a él, sino por la prensa.

Me refiero a que gracias a la imprudencia del señor Monago, hemos sabido todos que hay más cosas de las que ya conocíamos, que se hacen sin ningún control, con nuestro dinero, el dinero público. Como, por ejemplo, viajar para ver a una novia. ¡Un, dos, tres, responda Vd. otra vez!

Da envidia (de la mala, que la sana no creo que exista), conocer cómo funcionan democracias como la sueca o la noruega, donde todo lo que se hace con el dinero público queda fiscalizado y puede ser consultado, por cualquier ciudadano que lo solicite, recibiendo esa información en un periodo de tiempo mínimo. Aquí, se nos explica… o, mejor, se justifica, que los viajes de Morago y de cualquier otro parlamentario, no quedan registrados. No hay control alguno sobre ellos. Que es algo así como una tradición, como el toro de la Vega (también muy poco reprobable), que nuestros parlamentarios ya no son unos niños a los que haya que corregir, educar, reconvenir como Serrat: “eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca”. Sin embargo, ellos, como en la canción, siguen “jodiendo con la pelota”.

Es inconcebible que, a estas alturas de democracia, quede sin control un dinero que se destina a un servidor público. ¿Habrá que volverlo a decir más alto? SERVIDOR público. Un dinero de todos, de usted y mío, no “de nadie”, como afirmaba otra diputada.

No se trata, pues, de desconfiar de nadie ni de salpicar a terceros con la corrupción de los que ya son corruptos manifiestos, por mucho que nos tiente la “experiencia acumulada”. Se trata de que, bien a las claras, parece que nuestras instituciones desconfían de los ciudadanos, de su control. Siguen pensando que son ellos los que gobiernan y que, por ende, no nos tienen que dar cuentas de lo que hacen, ni del dinero (nuestro) que se gastan. Se molestan cuando les llamamos la atención y les recordamos que son asalariados de la ciudadanía y se burlan de quienes les pagan (nosotros) cuando nos toman, ellos sí a nosotros, por niños impertinentes que no se cansan de preguntar “¿y por qué?”. Se trata de que todas las democracias avanzadas entienden que “lo público” no es el cortijo de ningún gobernante y que el control que se ejerce sobre ello no es fruto de la desconfianza, sino de la transparencia, una cualidad que, a mi modo de ver, está indisolublemente ligada a la democracia y que debería haber nacido al mismo tiempo que las instituciones y no casi cuarenta años después.

¡Pero claro! Estos niños del Congreso, del Senado y de otros parlamentos españoles, aún no han crecido. Son ellos los que balbucean, todavía, con más desacierto que otra cosa, palabras como “Papá Estado” o “Mamá Europa”. ¡Cuánto más desacierto no tendrán cuando, en un acto de intrepidez, intentan pronunciar términos más complejos y algunas con más sílabas, como “transparencia”, “democracia” o “política”. Y no digo nada si, encima, queremos que conjuguen latín, por ejemplo, “res publica”.

¡si es que les pedimos demasiado!

 

La fábula del Pequeño Nicolás

31 de Octubre de 2014

 

francisco-nicolas_9863c165_800x490Localidad de L’Alfàs del Pi, en el Día Nacional de Noruega. El entonces presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, visitaba el municipio para presidir un evento, en una emblemática plaza, junto con el Primer Ministro noruego (de éste, discúlpenme, no recuerdo el nombre), ante la nutrida comunidad de noruegos que viven en esa localidad.

Como periodista acreditado, llego temprano, me dirijo hacia el lugar donde me recibe el personal de seguridad que, con profesional meticulosidad, revisan la bolsa en la que llevo la grabadora y el micrófono, me pasan un detector de metales por el cuerpo y, libre de sospechas, me entregan mi credencial. Otros compañeros entraron cuando yo salían a sufrir el mismo ritual.

Mi sorpresa vino cuando, al llegar junto a la tarima destinada a los medios de comunicación, en la plaza veo, con asombro, las mochilas de mis compañeros apoyadas, sin haber pasado por revisión alguna, en los trípodes de las cámaras de televisión que cubrían el asunto. Justo frente a un pasillo que daba acceso directo al estrado donde, minutos después, estarían los mandamases. Me pregunté, entonces, y sigo haciéndolo ahora, qué garantías reales tenía el Presidente Zapatero de que, cualquiera, dejase convenientemente su mochila junto a las nuestras y luego, bajo la mirada tranquila de sus escoltas, haciéndose pasar, pongamos, por fotógrafo, acercarse lo suficiente a los dirigentes políticos como para perpetrar un atentado. Afortunadamente, no ocurrió.

Viene esta anécdota (gracias por la paciencia), a colación de lo ocurrido, mucho más recientemente, con “el pequeño Nicolás”, sobrenombre de cuento infantil que no indica, bien a las claras, lo preocupante del fondo de la cuestión.

El Pequeño Nicolás entró en la guarida de los lobos pero, en lugar de devorarle, se acercaron mansamente a comer de sus manos, a seguirle y guardarle las espaldas, esperando que les condujera, cual nuevo macho alfa de la manada, a escalafones de mayor éxito (quiero decir, dinero), a manadas con mayor fuste (quiero decir, con más comisiones disponibles) y a lobos de mayor prestigio (quiero decir, mejor colocados). Y tanto anduvo el Pequeño Nicolás entre los lobos, que un día descubrieron que no era uno de ellos y, unos, escandalizados, le arrojaron de su boca como al agua tibia (bíblicos ellos), otros le negaron tres veces y hasta cuatro si fue necesario, diciendo no conocerle y el Pequeño Nicolás, de repente abandonado y solo, fue apresado por los tramperos y alejado de la cueva de los lobos.

41cP1k6pCBL._SX335_BO1,204,203,200_A mi modo de ver, más que preguntarnos, que también, si este nuevo Fantomas sin máscara, maestro del “cuento largo” (como dicen en su jerga los timadores) y nuevo pícaro insigne, tenía padrinos que le hubieran permitido acceso fácil a tanto evento del PP y la Corte Real o todo se debió a su inteligencia de fabulador con carisma, debemos preguntarnos qué falla en el sistema de seguridad de los dirigentes políticos de nuestro país como para que “cualquiera” pueda acercarse tanto a poco que se lo trabaje y tenga las intenciones que tenga.

No estamos, pues, ante una anécdota más o menos divertida, como quieren hacer ver algunos, ni ante un desdichado error puntual. No es “sólo” una muestra más de nuestra idiosincrasia de charanga y pandereta, ni un esperpento que deba quedarse en alimento fugaz de los medios, ansiosos de algo de color y aburridos de tanta corruptela y tanta crisis. Estamos, más allá de todo eso –insisto, que también-, ante un fracaso de las fuerzas de inteligencia de este país que han probado que, con un poco de simpatía, fachada y descaro, hasta un niño puede burlarles.

Y una cosa más, que sí he escuchado en algún lado. La “fábula del Pequeño Nicolás” tiene, como todas las fábulas, su moraleja. Y es que seguimos siendo ese país, de “¡agua va!” y honras hacia afuera y gentes que pretenden medrar “arrimándose a los ricos”, como el joven Lázaro. Ese país, que ya éramos en el siglo que llamamos “de Oro”, aunque entonces, como ahora, el oro lo veíamos pasar, si lo veíamos, el vasallo era fiel a su señor, mientras le llenase el estómago, las revueltas se aplacaban con fuerza militar y las intrigas se tejían siempre al margen de la ley, en los pasillos de palacio, con el beneplácito de los poderosos.