El chaletito

     índiceUn episodio como el de la compra de una casa por parte de Pablo Iglesias e Irene Montero, aparentemente intrascendente en realidad. Ha servido de relleno y carnaza a muchos medios de comunicación durante un par de semanas y de excusa a los rivales para atacar a una formación política que es ciertamente incómoda tanto por sus postulados radicales como porque se erige a sí misma en la formación política de la “gente” común, la masa social, que es, al fin y al cabo, la inmensa mayoría. Sin embargo, lo aparentemente intrascendente tiene un trasfondo filosófico-político importante que ya se planteaba en los años siguientes a Mayo del 68 y que, creo, es un análisis que no se ha hecho hasta ahora. Primero, vayamos a los hechos:

     Pablo Iglesias e Irene Montero, Irene Montero y Pablo Iglesias (tanto monta), se han comprado un chalé. El monto total de la vivienda y la cifra elevada de su hipoteca ha sorprendido en una pareja que había criticado con anterioridad, precisamente, la especulación y, aún más, el alejamiento de la realidad que viven las bases de votantes de los políticos que adquieren ese tipo de viviendas en barrios como en el que se ubica la finca. Juan Carlos Monedero ha defendido a su amigo y el alcalde podemita de Cádiz, José María González “Kichi”, ha respondido en una carta abierta a Monedero lo siguiente: “¿Por qué crees que son tan jartibles con esto del domicilio de los de Podemos? Voy a compartir contigo una hipótesis que tengo: yo creo que es porque la gente está dispuesta a perdonarnos que nos equivoquemos con casi todo, que nos pasemos de rojos, que nos quedemos cortos de rojos, que nos pasemos de puros, que asumamos contradicciones, pero difícilmente nos van a perdonar que nos equivoquemos de bando, porque, como tú y yo sabemos, diga lo que diga Ciudadanos, hay muchas Españas y nosotros nos debemos a la de la gente humilde”. Ante el revuelo, Irene Montero daba explicaciones pormenorizadas de hipoteca, créditos y estrategia que iban a seguir para pagar el tal chalé. No fue suficiente para acallar las críticas en su propia formación y, finalmente, realizaron una consulta entre los inscritos e inscritas para avalar sus cargos. Si las bases no veían bien lo del chalé, dimitirían.

     kichinuevaHasta aquí los hechos. Ahora vamos con el análisis.

     Lo que se plantea realmente con la anécdota de la compra de esta vivienda no es, en el fondo, la coherencia de Irene y Pablo entre sus actos y las críticas que han vertido contra otros políticos y, ni siquiera, el hecho de si un comunista como Pablo Iglesias ha declarado ser, debe vivir o no en un chalé de lujo en un barrio rico o si pueden o no gastarse su dinero en lo que quieran. El debate, que ellos han intuido mejor que nadie (lo apunta el hecho de la convocatoria de la consulta) aunque creo que no conscientemente, y que Kichi ha dejado traslucir en su advertencia, está en el debate sobre la posibilidad de la representatividad.

     Recuérdese que el 15-M comenzó con un grito masivo y nuevo en la democracia contemporánea española y que las fuerzas políticas del momento estimaron como potencialmente muy peligroso ya que, efectivamente, comprometía nada más y nada menos que la función misma de estos políticos. “Que no, que no, que no nos representan” gritaba la masa. Esta consigna suponía que la ciudadanía demandaba gestionar su propia voz y no delegar en los políticos. Estaban gritando, sin saberlo, los millones de personas que se manifestaron en torno al 15-M, lo que ya habían proclamado Deleuze y Focault, en un célebre debate en 1972, aún en la resaca del mayo del 68 francés. Allí se dijo y se entendió que la gente sabía lo que quería, que era consciente de ello y que, al abrir los ojos, no necesitaba más que el político o el intelectual hablaran por ellos. El pueblo ya no necesitaba “ser representado”.

      En el 15-M, el pueblo había despertado, se había dado cuenta de que la supuesta democracia representativa en que vivían era una mentira, una farándula. Sus voces no estaban verdaderamente representadas por los políticos a los que habían votado. Los políticos no hablaban por la gente, no defendían los intereses de la gente, sino los suyos propios. Pero incluso eso era un asunto menor con lo que simbolizaba aquél grito. No era ya el constatar un hecho que había quedado patente, que los políticos no representaban a los ciudadanos. Era más. El grito decía, en realidad, que ya no querían ser representados por ellos, que querían hablar por sí mismos.

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Gayatri Ch. Spivak

Pero se da la paradoja, señalada por Gayatri Ch. Spivak en su obra ¿Pueden hablar los subalternos?, de 1988. El subalterno, decía allí Spivak, es decir, el sujeto que no forma parte de la elite, tal y como lo entendió Gramsci, no puede hablar. No porque literalmente no pueda, sino porque no tiene cabida en el discurso. El subalterno (traduzcámoslo ahora por “la gente”, “el pueblo llano”) tiene una voz disonante, no encaja, no puede convertirse en una opción al sistema o la estructura del sistema imperante porque, directamente, pretende una propuesta fuera de ese sistema. Más claro aún: la gente, efectivamente, no está representada. Y la paradoja radica en que, en el momento en que se organice para ser representada, deja de ser una voz disonante. No puede ser nunca representada porque “la gente” no es, diría Spivak, un sujeto unificado, sino que existe una multiplicidad de voces, de intereses, de propuestas, de protestas, de sujetos o potenciales sujetos políticos, no uno, sino tantos como individuos conformen eso que llamamos “la gente”.

     Así sucedió con Podemos. Nacido de las disconformidades varias aglutinadas en torno al 15-M, quiso convertirse en la voz de todas ellas, en su representante en medio de la no representación, como si todos los descontentos lo estuvieran por los mismos motivos y pretendieran los mismos fines. El nacimiento de Podemos contribuyó a dos fenómenos simultáneos: por un lado, “desactivó” las protestas ciudadanas, que se amansaron y se disgregaron o desaparecieron, ya que “ya había una voz que les representara”, como así pensaba la mayoría del común pese a la negativa de identificarse con ningún partido político que defendieron los colectivos que fueron los más legítimos representantes del 15-M (Toma la Plaza, Democracia Real Ya…). La cara B de ese fenómeno fue que el partido morado se integró en el sistema, de forma que su voz se fue moderando e integrando en el discurso, dejando de representar a la multiplicidad de voces de los Indignados.

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Ernesto Laclau

Es una situación parecida a la que podemos encontrar si oponemos las teorías de Paolo Virno y las del filósofo argentino Ernesto Laclau y su esposa, la también filósofa belga Chantal Mouffe. Para Laclau, el «Pueblo» es la formación de una identidad colectiva. Las identidades colectivas como sujeto político se forman siempre por la existencia de un suceso detonante que lleva a una confrontación. Es, precisamente, la confrontación (el Conflicto), lo que proporciona el nexo común para unificar los diversos intereses de los grupos heterogéneos que conforman el sujeto político o social. Para Laclau y Mouffe, el conflicto surge del encuentro de puntos comunes en los intereses de los grupos heterogéneos. Olvidándose de los detalles de cada exigencia concreta, esos puntos comunes, ese concepto unificador (un concepto que, por necesidad, ha de ser más o menos laxo o poco definido) que los autores llaman “significante vacío”, aglutina las diferentes protestas y demandas en una “cadena equivalencial” (en la terminología de estos pensadores) que, de funcionar por separado, no podrían tener éxito al no crear la presión suficiente como para iniciar un conflicto, una confrontación. En resumen: diferentes demandas sociales, que afectan a grupos heterogéneos, encuentran algún concepto que comparten a grandes rasgos y que hace equivalentes sus propuestas, de tal forma que les une en una oposición radical frente a un adversario.

 

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Chantal Mouffe

En esta dinámica, se constituye el sujeto político que llamamos “Pueblo”, que no deja de ser un constructo momentáneo y variable, ya que el sujeto no es fijo o estable, sino que sólo es un conjunto de relaciones que depende del lugar en que se sitúe cada uno de los grupos que son El Pueblo, es decir, de la cadena de reivindicaciones, posicionamientos, demandas, lazos de unión o de fricción que establezcan entre sí cada uno de los grupos. Un ejemplo: en Mayo del 68 el Partido Comunista Francés apenas participó en los inicios de los disturbios porque éstos no se generaron sobre un conflicto entre proletariado y patronato. Después, se sumó al movimiento e inmediatamente se desalineó una vez consiguió una serie de medidas laborales y salariales que nada o muy poco tenían que ver con las pretensiones estudiantiles que prendieron la mecha de esta revolución. El sujeto político (el Pueblo), se fue maleando, pues según las circunstancias, pasando de un grupo sin comunistas a otro que les integraba y a otro, después, en el que volvían a no estar los comunistas.

     En este tipo de constitución del sujeto político, no se le escapa a los autores, se necesita un “pegamento”, un personaje carismático que unifique sensibilidades y mantenga presente el Significante Vacío que aglutina a la masa heterogénea. Ese personaje es el líder. Pues bien, si bajamos a la arena, si pasamos de la teoría a los hechos, tal dinámica es la que ha dado lugar a Podemos: un líder que hace suyo el Significante Vacío y pretende aglutinar, así, a la “gente” (trasunto pabloiglesista de El Pueblo de Laclau/Mouffe).

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Paolo Virno

Frente a la postura de la unificación del Pueblo en torno a un Significante Vacío, opone Virno la idea de la diversidad irreductible de la multitud y la posibilidad de ésta para constituir un sujeto político. El movimiento de los Indignados y el 15-M surge de concebir la participación del ciudadano en la elaboración de un discurso diferente al convencional, al oficial, pero de forma que no se deje constreñir por los limitadores márgenes que permiten las políticas estatales, basadas en la democracia representativa. Para ello, la multitud debe seguir dispersa porque funciona mejor que cuando se unifica. Para crear ese discurso, para desarrollar una política emancipadora del discurso oficial estatal y de la tutela de los poderes públicos, la gente debe constituirse en experiencias de organización no estatales, tal como hicieron las Asambleas de Indignados. Es, así, la Multitud, un concepto que idea Toni Negri, el nuevo sujeto político, que se construye en la diversidad de los grupos que lo forman pero que puede actuar de manera conjunta gracias a las redes sociales. O, en otras palabras: no puede darse voz a la Multitud porque es, por definición, un coro de voces y su sistema de organización debe implicar una diversidad de mecanismos de gobierno parcial (como el movimiento asambleario y por círculos que nació de la rama de Toma la Plaza de los Indignados), diferentes a la democracia representativa que reduce la participación ciudadana al voto cada cuatro años. Aquí, es obvio, no se habla de líderes.

     Por lo tanto el 15-M, los Indignados, fueron un grupo heterogéneo a los que no unía un líder y que formulaban demandas distintas que sólo mantenían, eso sí, un punto común: la falta de representatividad de sus voces en el colectivo político. Podemos es, quiera lo que quiera Pablo Iglesias, un colectivo político que ha querido aglutinar y unificar la indignación ciudadana pero que, al hacerlo, ha tenido forzosamente que definir su mensaje, crear un discurso compacto y unívoco, dejado atrás lo que constituía la esencia del movimiento 15-M: la heterogeneidad, la diversidad, la no unidad de demandas. En el 15-M había jóvenes, ancianos, maestros, sanitarios, parados, trabajadores, analfabetos, intelectuales… Todos cabían porque todos tenían una voz propia. En el momento en que alguien pretende reunificar las voces el coro pasa a ser solista y la canción no suena igual.

Indignados

     En definitiva -y casi acabo-, Podemos no puede ser la voz del 15-M o, lo que es igual, Podemos “no nos representa”, no puede representarnos a todos, sino sólo a los seguidores de Podemos. Y éste es el problema real que remueve el asunto del chalé de Pablo Iglesias (que, en otro orden de cosas, ¡oiga, haga lo que quiera con su dinero!). Cuando defines tu clase social dejas de representar al resto. No se puede ser la voz de todos pero actuar sólo como unos pocos. De hecho, es imposible ser la voz de todos pero –y ahí es donde acierta de pleno el análisis de Kichi-, si se puede perdonar a alguien que se equivoque, no se le puede perdonar que quiera ser la voz de todos (algo imposible) y escoja ser la voz de los menos. Sería más disculpable o sería menor el error si actuara como la “voz” de la mayoría (aspiración legítima, aunque también, sospecho, altamente complicada). O en otras palabras: no digas que nos representas a todos si ni siquiera actúas como nosotros. Lo que tiendo a pensar es que, con el tiempo, se verá que Podemos es un partido, que representa sólo a los suyos y que, como Virno defiende, la voz de la multitud debe seguir resonando como multitud o, en el peor de los casos y desgraciadamente, la voz del subalterno no puede, por su propia esencia, ser oída. Espero que esto último no sea verdad.

     No sé si me explico.